Disculpen los lectores que nuevamente escriba sobre este tema que, lamentablemente, continúa siendo un tema de actualidad.
Revisando mis notas y noticias extraídas de los periódicos, encontré una que realmente me impactó y no sólo me impactó, sino que me produjo desasosiego y a la vez una terrible irritación.
Se trata de una noticia aparecida en la prensa nacional el día 17 de marzo del presente año cuyo título es: Prisiones no “encuentra” a 264 asesinos de género. El artículo dice que instituciones penitenciarias achaca este hecho a un error estadístico y asegura que en el futuro el fallo se subsanará.
El hecho es que de 539 hombres condenados entre el año 2003 y 2012, instituciones penitenciarias sólo tiene contabilizados a 275. El resto, o sea 264 hombres no figuran en los registros de población reclusa o se encuentran en distintos grados de libertad o podríamos añadir nosotros, no tienen una certera idea de su paradero.
Supongo que a vosotros la lectura de esta noticia no os dejará impávidos, tal como me ocurrió a mí. En el artículo anterior que titulé No atinamos con la violencia de género hacía referencia que a pesar de las políticas que se vienen aplicando para paliar este mal, buenas políticas, pero no suficientes a la hora de prevenir esta pandemia, se suma ahora en el caso de nuestro país, negligencias judiciales, incluso es poco atinado a mi entender nombrarlas negligencias, debido a la gravedad del problema en cuestión.
También apuntaba a que si no conocemos las causas que los lleva a ellos,- y me refiero a ellos, porque la inversa es minoritaria- a ejercer tanto violencia física como psicológica sobre sus mujeres, las historias de maltrato siguen repitiéndose. No existe un perfil específico del agresor como tampoco de la víctima, pero podemos encontrar hombres hipercontrolados/hipercontroladores: ejercen la violencia para afirmarse en su supuesta inferioridad. Cuando sienten que pierden el control, su violencia estalla después de haber sido contenida durante largo tiempo.
Hombres ciclotímicos o emocionalmente inestables: ejercen la violencia para rechazar sus sentimientos de abandono, inferioridad, impotencia. La mujer les sirve de escudo, dependen absolutamente de ellas y pueden llegar a matarlas o matarse, si atisban el abandono. Hombres-niños que no toleran la pérdida, no pueden vivir sin ellas porque una vez muertas no tienen con qué sostenerse en la vida.
Hombres generalmente violentos: ejercen la violencia con frialdad, sin culpa y sin perder el control. Son encuadrados en la categoría de antisociales.
Tanto en el maltratador como en la víctima, existe una historia particular, propia, podríamos decir que detrás de cada historia de violencia, encontramos personas que tienden a reeditar sus propias experiencias de vida.
En el caso de ellas, si nos referimos al maltrato psicológico, éste supone la anulación de la subjetividad de la víctima. Las armas del maltrato psicológico son la humillación, la descalificación y la culpabilidad. Ej: Tú no vales nada; tú no puedes hablar, así que calladita; si me hubieses hecho caso, no habría pasado esto, etc.
Lo más importante del tratamiento con este tipo de pacientes es ayudarles a discriminar entre la culpabilización de la que ha sido objeto y su propia responsabilidad.
Muchas mujeres que logran escapar o sobrevivir al maltrato, narran que un primer sentimiento que se apodera de ellas, es el de no saber quiénes son. Como ejemplo, la película de Iciar Bollaín Te doy mis ojos donde Pilar, la protagonista, no dice lo que piensa, ni lo que siente, porque no lo sabe. Es una mujer que no es ella misma.
Insisto en que los protocolos estandarizados de tratamiento que no permiten tener en cuenta que detrás de cada maltratador y cada mujer maltratada hay una historia particular y única, con sus respuestas estandarizadas condenan a menudo a la cronificación y a la repetición, porque sin abordar la particularidad no es posible salir de la repetición.
Mirta García Iglesias
Psicóloga clínica.
Socia fundadora de Asociación Vínculo.
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